Crítica

La romería de los cornudos

Momento de la aparición de los duendes, en el cuadro primero del segundo acto, tramando tras la noche de casados.

Momento de la aparición de los duendes, en el cuadro primero del segundo acto, tramando tras la noche de casados. / El Día

Me llenaba de curiosidad asistir a una obra que ha sido censurada. Algo tendrá para quién la leyó decidir que no debía divulgarse. Y así me ocurrió. Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Aleluya erótica en cuatro cuadros, que se representó en Tenerife y en Gran Canaria por parte de la productora Seda, es el extraño título con el que Federico García Lorca bautizó a este puñal de esmeraldas. Su creación tiene más de un siglo y no sólo no ha perdido vigencia, es absolutamente contemporánea. Y lo que sorprende aún más es que haya sido capaz de sortear las censuras del momento, de uno u otro lado, gracias a la escasa atención que ha suscitado.

Dicen que Federico comenzó a escribirla en 1923, durante su estancia en la Residencia de Estudiantes, y fue puliendo el manuscrito hasta 1926. El seis de febrero de 1929, durante un ensayo, la policía irrumpió en la sala Rex de Madrid, secuestró todos los ejemplares, prohibió su representación y cerró la sala. La obra quedó archivada en la sección de pornografía de la Dirección General de Seguridad. Fue durante la dictadura de Primo de Rivera. Lorca no pudo conservar ningún ejemplar, la reconstruyó de nuevo probablemente durante su viaje a Nueva York. La obra no se volvió a representar en España al gran público hasta el año 1990.

Federico reconoció que la obra bebía de un aleluya que presenció en su infancia, La vida de Don Perlimplín. Las aleluyas fueron los paleo tebeos, literatura en unas hojas de papel del tamaño de un pliego, un formato similar al A3, dos folios juntos. En ellas iban impresos 48 dibujos, formando una cuadrícula de 6x8 viñetas. Al pie de cada una un pareado, generalmente octosílabo. En este espacio se relataban historias de diversos tipos, destinadas a los niños y las clases populares. Las comerciaban ciegos y titiriteros. Don Perlimplín es un cincuentón con la vida resuelta, tiene patrimonio, tierras y ganado. Es feliz con sus libros. No ansía más. Un hombre sin malicia, «no tiene calle» se diría en nuestros tiempos.

Tres arañas

De repente, se ve envuelto en una tela de la que ya no podrá salir, que es tejida por tres arañas: Marcolfa, su criada, Belisa, una hermosa veinteañera y su madre. Entre ellas deciden que lo mejor para él es casarse con Belisa, a pesar de pasarle treinta años. Don Perimplín al principio se niega, pero la astucia de las tres mujeres se impone ante su voluntad. Tan infantil es que su excusa es un recuerdo de la infancia: «Cuando yo era niño una mujer estranguló a su esposo. Era zapatero. No se me olvida. Siempre he pensado no casarme», comenta. Es digna de elogio la escena en la que Don Perlimplín le anuncia a Belisa sus deseos de boda y este es manejado como una marioneta por su criada Marcolfa.

Debe tener relación con la farsa para guiñol o títeres de cachiporra Retablillo de don Cristóbal, escrito por Federico, donde don Cristóbal, viejo verde y adinerado, desea casarse con una joven de gran belleza. Don Perlimplín se casa sin estar enamorado, pero tras presenciar el cuerpo desnudo de Belisa experimenta este sentimiento por primera vez y declama un magnífico poema: Amor, amor / que está herido. / Herido de amor huido; / herido, / muerto de amor. / Decid a todos que ha sido / el ruiseñor. / Bisturí de cuatro filos, / garganta rota y olvido. / Cógeme la mano, amor, / que vengo muy mal herido, / herido de amor huido, / ¡herido!, / ¡muerto de amor! A partir de este acto Lorca centra la obra en una joven ardorosa «entre mis muslos cerrados nada como un pez el sol» e insaciable «¡Ay! El que me busque con ardor me encontrará. Mi sed no se apaga nunca», y un hombre maduro que vive al margen de lo socialmente establecido «pero ya estoy fuera del mundo y de la moral ridícula de las gentes. Adiós. Don Perlimplín no tiene honor y quiere divertirse». Excelente actuación de Fernando Cayo. Es difícil imaginarlo tras ver la obra no haciendo de Perlimplín en su vida cotidiana. Actúa, canta, toca el piano, se arrastra por el escenario. Suele ir de verde, el color de la esperanza. Carmela Martins hace de Belisa, casi siempre vestida con una malla color carne, tras la boda se encierra en una urna de cristal de la que sale rápidamente. Transmite sensualidad, deseo, pasión y engaño. Lucía Espin interpreta a la criada Marcolfa, de luto riguroso. Su magnífica actuación va de menos a más. Es el títere que mueve los hilos, remata la obra cantando una triste canción. Esta adaptación sustituye la presencia del personaje de la madre por una conversación a través de un teléfono analógico. Aparecen dos duendes de claras connotaciones shakesperianas con un diálogo acerca de la diferencia entre lo incorrecto y la apariencia de lo incorrecto, y por un momento escuché en mi cabeza el hermoso Midnigth summer dream de The Stranglers.

La escenografía es sobria, un jardín, con flores violetas, cuatro candelabros, una urna que acoge a Belisa y dos más para ropas. En el patio de butacas un viejo piano americano maltratado, al que se le oye llorar y sobre el que descansa un libro. La confrontación de los colores, tan poderosos en Lorca, y las frases que evocan potentes imágenes, «blanca por dentro, bandadas de pájaros de papel negro, campanas matinales, cinco frías camelias, cinco balcones, agua salobre y nardos, la noche de anís y plata, la piel morena, el azafrán y el clavo, jardín de cipreses y naranjos y anís de tus muslos blancos». La infidelidad y el ir contra corriente son dos temas presentes en la obra de Lorca. Mucho se ha dicho sobre el romance La casada infiel, pero una lectura más atenta puede cambiar gran parte del sentido que se le ha dado.

Y del mágico Moclín recoge la tradición milagrosa del Señor Cristo del Paño mezclada con elementos paganos y escribe el argumento de La romería de los cornudos. Pero esto dará para otra crítica.