Opinión | Retiro lo escrito
Del sanchismo al pedrismo
Ya la tenemos aquí. Una parodia de guerra civil con un «¡no pasarán!» chillado por el portavoz socialista en el Congreso de los Diputados. Los perros, la jauría, los facinerosos, los enemigos de la libertad y la igualdad, los cerdos, los amigos de narcotraficantes, las de los novios millonarios que defraudan a Hacienda, la conspiración de jueces y periodistas y politicuchos, el fascismo, toda esa basura a la que debe pararse las patas de una vez, el golpe de Estado en marcha contra la democracia. Ruido, ruido, cada vez más ruido y más bronco y más infectado de odio y desprecio para los que no votan izquierda o critican este Gobierno ocupado, simplemente, para conservar el poder, porque no puede hacer otra cosa: ni dispone de unos presupuestos renovados, ni cuenta con una mayoría parlamentaria estable, ni sabe salir del pantano donde se metió él solito, guiado por el genio llameante de Pedro Sánchez. Todo esto –supuestamente– porque un juez de instrucción ha decidido abrir diligencias para investigar a Begoña Gómez, esposa del presidente, después de admitir la querella de los mefíticos caballeros de Manos Limpias. ¿Eso es un lawfare? ¿Un juez de instrucción abriendo diligencias previas?
A medida que pasan las horas y puede observarse los efectos de la carta del presidente –que no comunicó previamente al Gobierno, ni a la dirección de su partido, ni menos aún al Jefe del Estado– en la organización de campañas en las redes sociales, en la estrategia de comunicación del PSOE y del Ejecutivo, en la llamada todavía en voz baja a manifestaciones los próximos sábado y domingo va quedando cada vez más claro que esto no va de una reflexión sensata y rigurosa, sino de una jugada política de una extraordinaria irresponsabilidad. En un momento de extrema debilidad y en las vísperas de unas elecciones (las catalanas) cuyos resultados aclararán la viabilidad o no de esta legislatura renqueante que no acaba de arrancar decididamente, la carta de Pedro Sánchez no es otra cosa que un artefacto político-electoral. Sinceramente creo que revela la absoluta falta de escrúpulos del señor presidente. Ya se ha comentado hasta la saciedad: busca victimizarse, busca un apoyo emocional y acrítico entre los dirigentes y cargos del PSOE, e incluso entre los votantes progresistas, busca aumentar la polarización ideológica en la sociedad española. Durante estos dos últimos días me ha asombrado que la retórica psocialista cebada por la misiva presidencial no incluya la apropiación simbólica de la Constitución pero ocurren dos cosas: primero la jeremiada de Sánchez no interpela únicamente al votante socialista, sino también al comunista, ecologista o separatista, cuyo fervor constitucionalista es harto limitado. Segundo, durante el sanchismo la legitimidad del relato psocialista e incluso los valores que enarbola el PSOE en la refriega política cotidiana tienen menos que ver con 1978 que con 1931. Por razones obvias: la estela del compromiso de 1978 es la concordia y el diálogo, la del 31, el enfrentamiento dramático con una derecha golpista y criminal. Lo que llaman memoria histórica es un mecanismo sofístico –y propagandístico– menos inclinado a las reparaciones de las víctimas de la dictadura franquista que a sembrar la ilegitimidad de todo proyecto de derechas –moderada o no– en España. No solo es un ministro, ni solo dos, ni solo tres, quienes insisten, casi medio siglo después de la muerte del dictador, que la derecha que ahora lidera Alberto Núñez Feijoo es la heredera del franquismo, que existe una continuidad entre los que destruyeron la experiencia republicana y los actuales dirigentes y militantes del PP. Y esta enormidad es deglutida y asimilada por un público tan amplio como ensimismado en su propia fe política.
En efecto, Pedro Sánchez es un político astuto, veloz y ocurrente que se ha inventado una forma de dirigirse a los votantes de izquierdas para explicarles que admiten que no sean socialistas, incluso que no sean sanchistas, pero que deben ser pedristas frente a una derecha subversiva. Es él –él, no el PSOE– o el caos autoritario. Lo que ocurre es que él es, también, el caos autoritario.
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