Opinión | Retiro lo escrito

Bulos y retóricas

Para denunciar falsedades y bulos disponemos ya de leyes y normativas suficientes y es muy cuestionable sacrificar el garantismo procesal a una eficacia inquisitorial satisfactoria para un sector ideológico o para el Gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / Moncloa

Para que pillen por dónde va esto. Anteayer murió la periodista Victoria Prego, con 77 años, y por primera y tal vez última vez fue noticia. Porque Prego era trabajadora, concienzuda, rigurosa y discreta. Por supuesto que sus documentales, libros y artículos sobre la Transición (la Santa Transición que dijo irónicamente Umbral) forman parte de su legado, pero no lo único que hizo durante más de medio siglo de carrera profesional. Trabajó en periódicos, en emisoras de radio, en televisiones. Conocía muy bien la actualidad política y judicial y se interesó durante lustros en la política exterior, especialmente la europea y latinoamericana. Lo que corresponde, después del fallecimiento de una periodista que jamás perteneció a la élite del periodismo español, es expresar el pésame y lamentar la desaparición de su talento. Lo hizo mucha gente. Pero otros se comportaron como valientes y leales soldados contra la fachosfera.

Muchos se dedicaron a insultar, descalificar o menospreciar a Prego. ¿Por qué? Bueno, porque fue una de las principales narradoras del relato hegemónico sobre la Transición política del tradofranquismo a la democracia parlamentaria. Como odian ese relato odian a Prego. Son perfectamente necios y en su inmensa mayoría han nacido después de 1981, cuando el penúltimo intento de golpe de Estado. Pero saben perfectamente que la Transición fue un invento del franquismo para perpetuarse por los siglos de los siglos, que el PSOE y el PCE traicionaron la ruptura democrática, que eran unos peleles en un teatrillo montado a punta de bayoneta, que Juan Carlos I estaba a favor de los golpistas, que todo es despreciable porque no se celebró un referéndum para elegir entre monarquía y república y un largo etcétera de memeces. Que en vez de expresar una discrepancia perfectamente legítima se pase al insulto, al escarnio, al vómito sobre la difunta, es para mí algo incomprensible. Que un gordinflas mezquino y ruin –que al parecer trabaja en el pequeño estercolero televisivo de Pablo Iglesias– consiga que cientos de personas le aplaudan en las redes sociales después de lancear a Prego en un artículo ilegible nos debería hacer reflexionar.

A estos tipejos, que son muchos miles en este país, se les ha terminado por darles la razón la evolución ideológica del fenómeno sanchista al adaptar el líder socialista y sus acólitos todos los tópicos y mitologemas de las izquierdas comunistas y poscomunistas. Todos. La transición es un fraude, el franquismo todavía está vivo en el país después de medio siglo de la muerte de su fundador y aunque el PSOE haya gobernado mucho más que la mitad del tiempo desde 1977, esta democracia es una farsa, los jueces son fachas con toga y los policías fachas con placa, el independentismo es progresista, cualquier mediación representativa es una farsa, los periodistas o son idiotas o están vendidos. El pasado martes Sánchez soltó que le habían hecho «lawfare» –lo dijo con cara de que le hubieran hecho vudú– cuando fue elegido secretario general del PSOE en 2016: empezó a ser perseguido por «la mal llamada policía patriótica». Pero ahí no hubo ningún lawfare porque esa policía ilegal actuaba, precisamente, al margen de cualquier autoridad judicial. Y si no hay autoridad judicial por medio, ¿cómo puede hablarse de lawfare? El precio de la mimetización de las retóricas de izquierdas y extraizquierdas por la socialdemocracia ha fomentado o reforzado creencias, supersticiones y prejuicios que han sobrevivido asombrosamente hasta hoy. Casi todas ellas las escuchó uno en los pasillos universitarios en los años ochenta. Casi todas ellas alimentan la desconfianza, cuando no la voluntad de destrucción, de las instituciones de la democracia parlamentaria y sus valores. Para denunciar falsedades y bulos disponemos ya de leyes y normativas suficientes y es muy cuestionable sacrificar el garantismo procesal a una eficacia inquisitorial satisfactoria para un sector ideológico o para el Gobierno. Porque algún día ese Gobierno, además, lo ocuparán otros.

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