Opinión | EL RECORTE

A desenfangar

El presidente, en cinco días, representó un magistral paripé ante el estupor de una oposición incompetente y un país crédulo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP

Escucho a Pedro Sánchez decir de Pedro Sánchez que ha descubierto la pólvora. O sea, el fango. El de los bulos. Como aquel de cuando Aznar había dejado embarazada a una ministra de Sarkozy. El de las denuncias judiciales como arma de destrucción política. El de los medios de comunicación «poco serios». Para tan deslumbrante alumbramiento solo ha necesitado que a su mujer la investigue, parece que con escaso fundamento, un juzgado de instrucción y que la prensa la sacara a titulares. O viceversa. Fue eso y caerse del caballo, derribado cinco días por un fulgente rayo de alarma.

El presidente del Gobierno asegura que el artículo 20 de la Constitución Española ampara el derecho de los ciudadanos a una información veraz. Deben haberlo modificado porque hasta ayer mismo lo que defendía es el derecho de los españoles a la libertad de expresión y de opinión. Lo otro, los bulos, la difamación y las injurias, las sancionan los juzgados.

El discurso de Sánchez postula ahora que la democracia está amenazada, casualmente por sus adversarios políticos. Denuncia una eclosión del populismo de la derecha y la extrema derecha, que ha roto las reglas del juego. Y asegura que ha llegado el momento de regenerar la vida política de este país. No es el primero que lo dice. Pero sí es el primero que lo dice desde dentro de la culpa. Porque también la izquierda y sus aliados comunistas son parte del problema. Amparados en su impunidad parlamentaria, políticos «poco serios», como ciertos medios, han convertido las Cortes en un estercolero, renunciando a la brillantez oratoria por unos argumentarios plagados de insultos y descalificaciones.

El partido que ha llamado cobarde, antipatriota, ruin, criminal de guerra nazi, secuestrador de la democracia, indecente, marrano, asesino, chivato, desleal, demente, indeseable o ignorante, entre otras flores, a un presidente de derechas, puede decir que hace falta rebajar el clima de crispación de la vida pública. Faltaría más. Pero no debería hacerlo desde el cinismo victimista y echándole la culpa en exclusiva a los rivales y a la prensa. Como si en la alfombra de entrada a La Moncloa no hubiera también huellas de fango.

Decía un gran periodista norteamericano que un país tiene que elegir entre prensa libre o prensa responsable. Si decide que sea libre habrá que admitir que alguien, en algún momento, va a ser irresponsable. Pero si obliga a que sea responsable, entonces no será libre. Lo que subyace en el discurso del Sánchez que ha regresado de su brillante conato de falsa dimisión no es la necesidad de que los partidos suscriban un código ético para recuperar el respeto y la dignidad de la vida pública, sino la primera justificación para intervenir a saco en la libertad de expresión y de opinión de este país. Ese repugnante libertinaje.

En el PP, que no son más tontos porque no ensayan, creyeron de verdad en la crisis sentimental. Que fue por su esposa y su hermano por lo que Pedro Sánchez descubrió, repentinamente, que estaba cansado de vivir en un país donde la presunción de inocencia está tan desprotegida y la manipulación tan abusada. El presidente, en cinco días, representó un magistral paripé ante el estupor de una oposición incompetente y un país crédulo. Ha preparado el personaje y la obra. Otra vuelta de tuerca del relato. La derecha miente. La izquierda solo cambia de opinión. La derecha crea el fango en oscuras alcantarillas. La izquierda traerá las límpidas aguas en donde hervirá el periodismo libre.

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