Opinión | Gentes y asuntos
Cruces y mayos
Los palmeros –y el plural abarca los tres tiempos verbales– madrugamos por necesidad en la invención e implantación de las labores y los ocios y, fuera de las etapas oscuras que opacan todas las historias, velamos también por su conservación y mejora como seña de identidad y patente de memoria. Desde la distancia mínima que nos deja ver su silueta entre azules y los amistosos envíos que nos sitúan regularmente en el calendario, veo la ciudad poblada por los simbólicos machangos que evocan, interpretan y ridiculizan a los viandantes en sus tareas y descansos; las cruces engalanadas en los cuatro puntos cardinales y en todas las plazas, caminos y veredas, en las encrucijadas y en los sitios sin retorno; con el boato burgués de los municipios mayores y la humildad de los pagos remotos; el lujo deslumbrante de Breña Alta, que coloca y subordina todos los valiosos patrimonios familiares a los pies del símbolo cristiano.
El orgullo general de los nativos y el pasmo de los viajeros; sus preguntas sin respuesta sobre la extraña y absoluta carencia de centros de interpretación de estos valores; los buenos resultados que se logran con el ejercicio de la memoria y el idioma de las manos, me recordó mis viejas e inútiles reivindicaciones desde un modesto periódico de ocho páginas y una emisora sindical, sita en pequeño teatro. Con machacona insistencia, dije entonces y repito ahora que existen, y conozco, fechas y ritos, oficios y labores con espacios de divulgación, dentro y fuera de España y, algunos, no llegan ni rozan, la originalidad y belleza, ingenio y protagonismo popular de nuestro programa del florido mayo.
En 2022, y con poco ánimo por asuntos personales, recorrí nuestra tierra de cabo a rabo como cicerone de un escritor y un fotógrafo franceses, recomendados por una agencia gestionada por un amigo desde Munich. Después de un intenso itinerario de tres días, con entrevistas, centenares de instantáneas y posados estéticos, en la cena de despedida me preguntaron con extrañeza por la falta de museos de sitio y centros de interpretación para acoger los prodigios manuales y las celebraciones del calendario con atávicos fuegos, rememoraciones de batallas, retornos de orgullosos y alegres indianos, ingeniosos y extraños regocijos como el diablo de fuego o la lluvia a placer, las parrandas del pasado y las acciones de la imparable modernidad.
Pero estamos en el florido mayo, disfrutando con el fresco recuerdo de los lujosos y humilde cruceros adornados y los cortejos de mayos en formaciones creíbles a media distancia y admirables de cerca, recreando la vida cotidiana y la singularidad de una fiesta de tres siglos, con personajes y números nacidos de la piedad y el ingenio. Volvemos al lead cuando, por deber e imperativo patriótico, nos toca la empresa colosal y compleja de la reconstrucción después del volcán, que tiene carácter de extrema urgencia para los lugares y paisanos damnificados pero que, en sus objetivos obligados, tiene que ser obligatoriamente insular. Ya está bien de fronteras y competencias en una patria chica de apenas setecientos kilómetros cuadrados; ya está bien de desaprovechar los valores y oportunidades que la historia nos brinda y apenas si tocamos una vez al año. Hoy son las cruces y los mayos.
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