Opinión | A babor

Imperioso

El presidente Fernando Clavijo (i), escucha la intervención del candidato Carlos Alonso al Parlamento Europeo durante la presentación del manifiesto electoral.

El presidente Fernando Clavijo (i), escucha la intervención del candidato Carlos Alonso al Parlamento Europeo durante la presentación del manifiesto electoral. / María Pisaca

Carlos Alonso, expresidente del Cabildo, se presenta el 9 de junio como candidato a eurodiputado en la lista Coalición para una Europa Solidaria, que encabeza el PNV. Alonso va de número dos, lo que en términos prácticos significa que no tiene muchas posibilidades de ser eurodiputado si a doña Oihane Agirregoitia no le da un pasmo en Bruselas. Siempre me ha parecido una suerte de servidumbre difícil de entender que los partidos presenten candidatos incluso a aquellas elecciones en las que no tienen posibilidades. Supongo que tiene que ver con la necesidad de existir, de figurar, de aprovechar cualquier posibilidad para defender sus posiciones, incluso cuando están condenados no ya a la derrota, más bien a la insignificancia. Coalición lleva desde 2019 asumiendo el rol de comparsa útil para el nacionalismo vasco, a quien cede unos miles de votos en las elecciones europeas. Hasta 2014 lo hizo en la candidatura nacionalista vasco-catalana. Luego pasó lo que paso, los catalanes se subieron a la parra y al procés, y los vascos se separaron. Coalición prefirió agarrarse de la mano del PNV, un partido con el que los canarios siempre se llevaron mejor que con Convergencia y sus sucesivos herederos.

Pero si un tío tan formal y circunspecto como Carlos Alonso se presta a este sacrificio suyo en un nuevo –y yo creo que inútil– servicio electoral al nacionalismo, no lo hace sólo para regalarle votos al PNV. También busca cancha para poder hablar de Europa. A fin de cuentas, Canarias es la región española que desde siempre ha estado más pendiente de la política europea. Nuestra parcial integración fue una decisión política compleja en la que –como suele ser frecuente– Tenerife y Gran Canaria defendieron posiciones enfrentadas. Mientras en Las Palmas se peleó por mantener el puertofranquismo, Tenerife batalló por la Política Agraria Común. Gran Canaria ganó el primer round para los partidarios del librecambio, pero en el segundo perdieron por goleada, cuando los importadores alimentarios apoyaron a Asaga y la cosa se decantó a favor del proteccionismo agrario.

Desde entonces, nuestra relación con Europa viene siendo la de pedir y poner la mano a ver cuánto nos cae. Y Europa ha sido generosa: la agricultura de las islas es hoy un milagro sostenido a golpe de subvenciones, los canarios se sienten más europeos que los bávaros o los luxemburgueses y a nuestros políticos les encanta decir aquello que se inventó Manuel Hermoso de que en Bruselas nos entienden mejor que en Madrid. Quizá sea por la traducción simultánea.

En ese particular contexto, con el misérrimo PIB canario hipervitaminado con fondos europeos, Alonso decidió ayer soltarse el pelo en la presentación de su candidatura, con una sentida soflama populista, censurando vehementemente la muy razonable declaración de la portavoz financiera de la Comisión, la italiana Francesca Dolboni, advirtiendo que prohibir la compra de viviendas en Canarias a ciudadanos comunitarios supone una restricción de derechos que exige «razones imperiosas» (sic) de interés general. Dolboni dijo algo absolutamente cierto: la restricción de la libertad de circulación de personas y capitales supone la quiebra de los principios y derechos básicos de la Unión Europea. Aparte de una babel de burocracias, Europa no es hoy mucho más que la PAC, el euro y la libre circulación. Sólo en aquellos países que negociaron antes de integrarse, se ha aceptado introducir restricciones. Plantearlas sin tener las cosas muy masticadas es asumir un fracaso melancólico.

Pero Alonso está en campaña: «No se me ocurre un interés general más imperioso (sic, otra vez) que el hecho de que no haya viviendas para los canarios. Es verdad: la ausencia de viviendas accesibles es un drama en esta región, pero la culpa no es de Europa, y quizá no debiéramos endosarle el pago de la solución a quienes más han hecho por reducir la brecha que nos separa de las rentas continentales. Si en Canarias no hay vivienda disponible, con 200.000 casas vacías, algo tendrá que ver con una dirigencia que no quiso regular dentro lo que ahora se quiere regular fuera. Por no hablar de los 25 años que llevamos sin construir vivienda social. Por cada vivienda social que hay hoy en Canarias, la media en Europa es de casi diez. ¿Se va a resolver eso restringiendo la libre circulación?

Puede estudiarse cualquier solución que ayude a resolver la escasez de vivienda disponible, incluso la de prohibir la venta a extranjeros. Pero no seamos tramposos: en campaña se dicen muchas chorradas, pero esto no se arregla con proclamas y discursos. Se arregla con leyes locales, y con dinero público invertido en bloques, cemento y ladrillos. Por cierto, ya de pedante: las razones que exige Europa no son imperiosas: «Que manda con autoritarismo». Son imperativas: «Deber o exigencia inexcusable».

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