Opinión | Retiro lo escrito

Pandemia de divorcios

Imagen simbólica de la firma de un expediente de divorcio

Imagen simbólica de la firma de un expediente de divorcio / E. D.

Según los servicios de estadística del Consejo General del Poder Judicial Canarias es la comunidad autónoma que registra más divorcios, separaciones y nulidades matrimoniales: 51,8 rupturas por cada 100.000 habitantes. Son ya cinco años encabezando el ranking nacional. Lleva uno un lustro que los sociólogos ofrezcan alguna hipótesis para explicarlo, pero quizás sea demasiado sencillo como para merecer una teoría. Lo peor es que estas estadísticas suelen servir para vehicular lugares comunes, sesgos ideológicos y mamarrachadas costumbristas.

Escuché ayer, en el programa Conecta Canarias, la explicación de una psicóloga sobre esta supuesta epidemia de divorcios. Me dejó bastante estupefacto. La especialista encontraba dos motivos. De los dos los responsables, ya podían haberlo supuesto ustedes, son los hombres heterosexuales. Primero, porque no sabían expresar verbalmente sus sentimientos (sic). Segundo, porque lo que ocurre, en realidad, es que existen dos modelos de relación estable legalmente consagrada. Uno es el machista. El otro el de la mujer valiosamente empoderada y que exige una igualdad que en la guaracha del macho Camacho no puede encontrar. Todavía agregó otra razón ambiental: somos isleños, nuestra temperatura atmosférica media es elevada y el cuerpo termina pidiendo vacilón y guachafita. Por supuesto los hombres son los que caen muy mayoritariamente en estos despropósitos acalorados. Son los hombres los que se muestran infieles.

A mí me maravilla todo esto. ¿También estamos tan jodidos desde un punto de vista del análisis psicológico? Esta acumulación de tópicos mugrientos –y debe admitirse y admito que en todo tópico hay una pepita de verdad– no está en condiciones de interpretar nada. Lo cierto es que la mayoría de la gente se sigue casando porque el matrimonio es el modelo de convivencia en el que crecieron educativa y culturalmente durante su niñez y adolescencia. No creo que sea necesariamente malo o bueno. En todo caso es un modelo al que urgen cambios para adaptarse a una sociedad mucho más compleja, emocionalmente áspera y cambiante que la de nuestros padres y abuelos. Tal vez esa exigencia es la que lastra el modelo inevitablemente, porque está asociado a un conjunto de objetivos o premisas – la lealtad incondicional, el amor eterno, una fidelidad incuestionable – que nunca se cumplen espontáneamente. Las parejas que siguen adelante con aquellas que han aprendido a quererse por encima del enamoramiento y lo han hecho currándoselo a diario. Gente que no se sentirían nada mal solos, pero que han elegido estar con otra persona porque así se encuentran incluso mejor. Nadie selecciona de quién se enamorarse. Lo que puede elegirse es quererse desde el respeto, el humor y el deseo si hay ganas de hacerlo y se construye un proyecto en común verosímil, estimulante, simpático.

Los canarios se divorcian un poco más porque siempre han sido un poco más sensibleros y más pasivos emocionalmente, más afectos a los milagros sentimentales, a la tranquilidad emocional, a la timidez casi como virtud redentora. Hemos sufrido una educación sentimental peor que la media, y la media ya es asquerosa, y cada uno escapa como puede. Respecto a la expresividad emocional, en fin. Ni el laconismo es síntoma de impotencia emotiva ni el parloteo sobre los sentimientos resulta siempre sinceridad, transparencia o sabiduría afectiva. Al final de Los puentes de Madison Clint Eastwood espera a Meryl Streep en un cruce de calles. Baja del auto y la aguarda bajo un diluvio. Ella, desde la camioneta que conduce su marido, lo ve empapado, en silencio. Él no tiene que decir una palabra. Lo dice todo sin mover un músculo. Ella duda un par de segundos, y luego un segundo más, pero pasa de largo y no volverá. Todos hemos estado en esa esquina, empapados hasta los huesos para siempre jamás, viendo cómo se aleja esa camioneta, cómo se va tu vida.

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