Opinión | A babor

Los malos bonos

Nueva campaña de Bonos Comercio

Nueva campaña de Bonos Comercio / Carsten W. Lauritsen

No estoy del todo seguro, pero creo que esta historieta de los bonos consumo comenzó a popularizarse en los meses inmediatamente posteriores a la parte más dura de la pandemia. Creo recordar que acabábamos de salir del confinamiento y a alguien se le ocurrió que ponerse a regalar dinero a los compradores sería una buena forma de incentivar el consumo, favorecer un comercio muy alicaído y de paso caerle bien a la gente. Porque a la gente (en general) le encanta creer en los reyes magos. Yo hace algún tiempo que yo deje de creer en ellos y en los regalos. Ante lo que es gratis he desarrollado una actitud de sospecha: la de que cada vez que alguien me regala algo, me va a salir muy caro.

La cosa es que está exitosa desvergüenza de los bonos consumo –que ahora son casi una terapia comercial y ciudadana que reaparece cada temporada– parece haberse convertido en un must popular. Y no lo entiendo: primero, llegan a muy poca gente, generalmente a los que no lo necesitan pero son capaces de estar con el ordenador conectado para apuntarse; segundo, no resuelven prácticamente ni uno de los problemas a los que se enfrentan las pequeñas tiendas y comercios de proximidad ante el avance imparable de las grandes superficies y los mall; y –tercero– son una afrenta para las miles de personas que de verdad tienen problemas de consumo, los más pobres, los que no disponen de 25 euros para poder comprar un bono de 50 que les abarate la cesta de la compra. Y esa es otra: lo que se puede adquirir con bonos de consumo no va en la dirección de ayudar en la compra de productos de primera necesidad, sino de fetiches, bisutería, electrónica, juguetes y variedades, ropa y esas cosas.

El personal se abalanzó el lunes sobre los bonos, haciendo que se volatilizaran en apenas un par de horas. Aunque parezca inexplicable, no lo es: cada persona puede llegar a comprar con su DNI hasta 200 euros de bonos, abonando por ellos la mitad. Eso significa que algunas parejas con dos hijos mayores pueden haber llegado a obtener gratuitamente un regalo de 400 pavos. Es dinero. Un dinero que ha ido preferentemente a los bolsillos de quien es más rápido con el ordenador, no al del que más lo necesita.

Desde la administración se habla del valor de la medida para las tiendas. Porque los bonos son un aliciente para comprar. Peto tampoco es para tanto: es verdad que un comercio puede llegar a canjear hasta 5.000 euros en bonos, de los que 2.500 corresponden a lo pagado por los compradores y otros 2.500 son abonados por la consejería. El tendero tiene que adelantar el pago y esperar a que la consejería abone el dinero, con la tradicional parsimonia que caracteriza a la Administración en todas sus transacciones. Cuando se alcanza la cifra de 5.000 euros, las tiendas tienen que dejar de aceptar bonos. En otras campañas se han quejado del malestar que eso provoca entre los clientes, que a veces acaban comprando cosas que no querían porque la tienda donde está el producto elegido ya no acepta el pago en bonos. El sistema no es perfecto. Pero ningún sistema lo es.

Ni siquiera uno basado en doblar el valor de tu dinero por la cara.

Lo siento si mis argumentos resultan tan poco conciliadores. Pero yo no entiendo ni entenderé nunca que las administraciones estén para regalar nada. Que un ayuntamiento, un cabildo o el Gobierno regale algo a la gente no es prestar ningún servicio, y aquí llevamos demasiado tiempo haciendo tonterías y creyendo que eso es buena política. Tanto tiempo llevamos que se nos han olvidado absurdos como el ’cheque bebe’ o el ‘bono cultural’ para felicitar la mayoría de edad a los jóvenes.

Las administraciones deben atender a quien más lo necesita. No entregar el mismo talón a la hija preñada de un banquero que a una joven embarazada sin techo. Los recursos públicos se nutren del dinero que todos pagamos con nuestros impuestos. Deberían usarse escrupulosamente para afrontar necesidades reales.

En una sociedad como la nuestra, instalada en dramáticas cifras de pobreza, lo que procede es que el Gobierno gaste el dinero de todos en bonos para alimentos, en atender las necesidades de salud y educación de los más necesitados, en facilitar con sus políticas la reducción de la brecha social.

Y yo no veo que eso se logre facilitando la compra de cosmética o de productos de marca.

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